Quito, 27 julio (La Calle).- La muerte no entiende de metáforas, pero si pudiera, hoy le habríamos pedido que esperara un capítulo más. Este 27 de julio se confirmó el fallecimiento de Édgar Allan García, escritor, editor, sabio, amigo, y sobre todo, un hombre que habitó el lenguaje como quien habita una casa hecha de libros. Tenía 66 años.
Decir que fue autor de más de 70 obras suena a cifra, pero es más que eso: fue un hacedor de mundos. Escribió novela, cuento, poesía, ensayo, literatura infantil y juvenil. Hizo antologías, editó libros ajenos, promovió la lectura, defendió la palabra como un derecho. Jugaba con las letras como otros con instrumentos: afinándolas, provocándolas, haciéndolas cantar.
Lo recordamos de saco cruzado, caminar lento, libros bajo el brazo y la voz pausada. Leía un cuento y se quedaba mirando: si alguien se reía o abría los ojos, entonces sonreía también. La literatura era su hechizo y el público su conjuro.
“Las palabras juegan solas y se defienden y bailan”, escribió el poeta Freddy Peñafiel, uno de los muchos que crecieron bajo su sombra luminosa. Para él, Édgar no era solo un escritor, sino “un hermano apenas mayor” y un sabio con quien se podía hablar “de cualquier cosa, sin miedo y sin pose”.
Formó parte de “los caviernícolas”, un grupo de escritores que se reunían los viernes a leer, criticar y armar mundos. No eran un club de élite: eran un taller de escritura vivo, feroz, en el que circulaban nombres como Abdón Ubidia, Raúl Pérez Torres, Antonio Correa, Iván Égüez. Entre ellos, Édgar brillaba, siempre dispuesto a enseñar y a escuchar.
Hace apenas unas semanas, recibió el Premio Cervantes Chico por su trayectoria. El reconocimiento llegó con palabras que hoy suenan a epitafio: “larga trayectoria como escritor de libros para los más pequeños y su labor en el fomento de la lectura en edades tempranas”.
Durante la presentación de La profecía de Darwin, su amigo Javier Villacís lo llamó por videollamada. “Apenas pudo hablar cinco minutos”, contó. “Pero sonrió. Siempre sonreía cuando hablábamos de libros”.
La escritora Leonor Bravo, compañera suya en la editorial Girándula, lo despidió así: “Para mí, Édgar siempre será un amigo. Más que un escritor, un alma con quien compartí este amor inagotable por la literatura”.
Édgar Allan García (Guayaquil, 1958 – Quito, 2025) escribió Abracadabra, Nanocuentos, Poesía negra, Códigos de lo contemporáneo, Julio Jaramillo, Ruiseñor de América, Diccionario de Esmeraldeñismos, Cuentos fríos y calientes y muchos más. Pero sobre todo escribió con ternura, con ritmo, con humor. Escribió como si escribiendo pudiera curar algo.
Hoy nos queda su obra y su rastro. El silencio que deja no es vacío: es semilla.